martes, 2 de abril de 2013

Juguetería Musical.

En el scribd de Anna Gorse he encontrado el precioso ensayo titulado "Juguetería Musical"   (Mexico 2007) de Eusebio Ruvalcaba,del que extraigo estas páginas:

EL ARCO
No había guerrero que no se mostrara empuñando el arco. Su sola vista infundía temor. Era un verdugo aun a la distancia. No hay violinista que no se deje ver con el arco en la mano. Es un verdugo a la distancia, y su sola vista suscita fascinación.
El conocimiento y manejo del arco dio un giro a la historia castrense y musical. O habría que remontarse más atrás, no mucho. Pensemos en el arquero que mediante su buena puntería era capaz de llevar el alimento a los suyos; que sus saetas cruzaban el aire y se incrustaban en el cuerpo de la víctima. Pensemos ahora en quienes gracias a su aplicación del arco sobre las cuerdas —con destreza o no, con talento o sin él—, salen de casa con las manos vacías y regresan cargados de viandas.
Diestros en el manejo del arco los ha habido muchos, pero a la cabeza de todos están Robin Hood y Niccolò Paganini, o Niccolò Paganini y Robin Hood, en el orden que se quiera. Sus hazañas son semejantes, y no sólo es posible localizar afinidades entre ellos por el lado de la misión sobrehumana —Robin, aliviar de la pobreza a los más necesitados; Niccolò, aliviar el corazón aun de los más escépticos—, sino asimismo de su arte prodigioso. Ambos son leyenda, y sus proezas siguen efervesciendo entre los adictos del encantamiento.
Si se agitan hasta rasgar el aire, ambos arcos producen sonidos similares.

EL VIOLONCHELO
También recibe el nombre de chelo, pero cada vez que se lo pronuncia, una mujer de nombre Consuelo se aproxima —lo cual ha provocado serios conflictos matrimoniales entre los violonchelistas conservadores.
Y hablando de consuelo, ningún otro instrumento requiere de tal calor humano, por eso, para tocarse, exige ser colocado en el regazo, entre las piernas, como si se tratara de un niño huérfano que reclamase cariño y protección antes de emitir palabra. De no hacerlo así, simplemente no suena, sus cuerdas permanecen mudas, como cerrados los labios de aquel niño.
Cuando toca, el violonchelista parece que se toca a sí mismo.
Padre adoptivo del violín y la viola e hijo bastardo del contrabajo, la voz del violonchelo es grave y melancólica, de tristeza honda, y recuerda aquellas expresiones guturales del hombre de las cavernas, cuando el timbre que predominaba era el de las fieras, y las lágrimas, el único lenguaje del desasosiego. Quizá por esto, incontables mujeres tienen al violonchelo por instrumento favorito, pues les proporciona un alivio ancestral casi perdido en la noche de los tiempos.
El espectáculo de un violonchelista interpretando el concierto de Schumann semeja una lucha a muerte entre dos contendientes zen. Un combate en que de pronto la inmovilidad priva sobre la acción.

2 comentarios:

  1. Pues vaya fragmento más bonito!!

    Sabes por casualidad a qué concierto de Schumann se refiere?

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